lunes, 28 de abril de 2014

Enfadarse es fácil. Hacerlo bien es más difícil, pero posible e imprescindible


"Enojarse es fácil, pero enojarse en la magnitud adecuada, con la persona adecuada, en el momento adecuado eso es cosa de sabios"
Aristóteles (384 a.C. - 322 a.C.), filósofo griego


Añadiría dos matices a esta frase de Aristóteles tan acertada. El primer matiz es que además de enfadarse adecuadamente a veces hay que añadir consecuencias a los comportamientos que nos enojan. Hay personas que sólo con un enfado adecuado no acaban de entender nuestros deseos.  

El segundo matiz que añadiría es que conseguir enfadarse adecuadamente no sólo es cosa de sabios, por lo menos a estas alturas de la historia. También lo consiguen personas normales que mediante la práctica con asesoramiento psicológico o por propia intuición muestran conductas comunicativas de enojo con elegancia y respeto a la persona increpada. Pero ciertamente y como bien apunta Aristóteles ya en el siglo IV a.C. bien difícil es atinar en el cómo, el cuándo y el qué decir a la persona que nos frustra sin caer en los dos errores típicos cuando alguien nos enerva: la callada por respuesta o el pasarse "cuatro pueblos".

El mundo de las emociones es infinito en matices y en posibilidades de mejora. E infinitamente complejo a veces de abordar. Las emociones son energía. Y es fundamental que la psique encauce bien las emociones que desarrollamos los seres humanos para conseguir una salud psíquica razonable.

A todos ustedes les sonará lo que a continuación les voy describir: A veces pensamos que es mejor no quejarse mucho. Que es mejor callar. Enfrenarse es difícil y además puede haber consecuencias muy malas para nosotros. Así que optamos por la callada por respuesta. Y decimos cosas como "no importa", "no pasa nada" o simplemente esbozamos un sonrisita inquieta de aceptación ante una situación que consideramos totalmente injusta. Todos los poros de nuestra piel se sublevan ante esta situación, pero al final el pensar que no es importante, que puede ser peor decir algo o simplemente el pensar que ya se dará cuenta... hacen que al final no digamos nada.
 
Cada vez que ocurren situaciones como las anteriores, las cuales consideramos injustas pero no respondemos, la energía mental no liberada que produce esa emoción negativa se sublima de manera indirecta en nuestro cuerpo produciendo dolencias psicosomáticas del tipo: dolores difusos, cefaleas, catarros crónicos, lumbalgias, etc, etc. Y además otras trastornos de tipo psicológico relacionados con la ansiedad y la depresión.
 
Lo que a continuación les voy a contar seguramente también les va a sonar: Cuando optamos por conductas de comunicación pasivas o inhibidas acumulamos un nivel importante de frustración. No decir lo que pensamos y "esperar" que el otro se de cuenta, va cargando nuestro vaso emocional. Estamos más "bordes" o "no le hablamos" para hacerle sabedor de nuestro enfado. Pero con estas estrategias es tan difícil que el otro se de cuenta como que te toque la lotería sin jugar un solo boleto. Y así vamos acumulando y acumulando mala leche. Hasta que llega un día que al menor "error" que comente la otra persona explotamos con una virulencia que ni el volcán de La Palma. Soltamos por nuestra linda boquita una cantidad de improperios que ni la mismísima niña del exorcista sería capaz de expresar. Reproches y más reproches que se pueden retrotraer a años y años atrás. Mientras la persona increpada no da crédito a sus ojos al ver que semejante bronca se organice por tal nimiedad. No entiende nada. Y cuando el huracán pasa y pierde la fuerza nos damos cuenta del "error" y pensamos "me he pasado". Acto seguido hacemos acto de contrición y volvemos al viejo hábito de callarnos para no dar problemas creando poco a poco nuevos polvos que traerán en el futuro toneladas de lodos.




Cuánta razón tenía Aristóteles: hay que enfadarse bien, en la frecuencia y magnitud adecuada, en la forma y momento adecuado. Pero hay que soltar la energía mental que se produce en las frustraciones porque el volcán de Cumbre Vieja de La Palma puede ser un juego de niños en comparación con la explosión de ira que un ser humano puede llegar a realizar.

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